El Otro Camino
La Novela

"Este Libro ha sido premiado en el

Certamen Internacional Ateneo de Las Letras Premio J. L. Borges

del cual este capítulo integra la edición que

incluye las mejores obras seleccionadas"

 

 

 

 

EL PSICOANÁLISIS Y EL OCULTISMO

SE UNEN A LA FÍSICA CUÁNTICA

Y A LOS PRINCIPIOS DE LA ECONOMÍA,

PARA DEVELAR...

 

"EL OTRO CAMINO"

 

 

  • Personalidades y Sucesos —recientes, históricos y futuros- de Importancia Mundial
  • El Mundial de Fútbol de Francia´98
  • El éxito en toda Negociación
  • Las Claves de "La Historia Oculta de Cristo"
  • Pasajes Bíblicos Develados
  • La rigurosa Lógica de Las Casualidades y Su Invocación
  • La Invocación, su insospechable Poder y su Método
  • Hechos Reales de Aplicación de Invocación, y Sus Resultados
  • Los Potenciales Ocultos
  • Experiencias Místicas realizadas en Lugares tales como El Camino del Inca y Machu Picchu
  • El Camino de Los Iniciados

 

 

 

El OTRO CAMINO

La Novela

Capitulo XV

–¡Qué buena, pero que buena casualidad! Mi primera noche en La Casa del Habano y lo encuentro a usted... ¿Recién llegó?

–Es cierto, tu primera noche aquí... pero no la mía: ¡Por fin viniste!

–¿Cómo? ¿No pudo llamarme antes?

–No tenía motivos para llamarte.

–Pero usted me había dicho que le dijera mi hotel...

–Y que nos comunicaríamos, no que yo me comunicaría con vos. Recordá que también te dije que si así lo querías nos encontraríamos... y eso no depende de que tuvieras o no mi dirección: evidente y afortunadamente, esta noche sí quisiste.

–Es cierto, podría haber venido antes, pero...

–Por favor, no le dediquemos también esta noche a las noches que no nos dedicamos. Habrás tenido algo mejor que hacer.

–Mejor no le cuento.

–Mejor contame cuándo pensás abrir esta botella. Veo que elegiste muy bien.

–Elegí... la casualidad: con un método que me enseñó el Nagüelo elegí el puro, éste me trajo al maître y el maître me trajo el...

–El Armagnac, la bebida que obliga a atravesar su misterio.

–Algo muy parecido me dijo el maître.

–Y siempre sabe lo que dice en cuanto a puros y bebidas.

–Por cómo lo elogió, el puro que elegí debe ser bueno en serio.

 

Juan lo tomó, miró sonriendo la brillante cara del indio dibujada en el anillo e instintivamente lo degustó. Lucio se asombró en verdad... nunca supuso que alguien que no fuera indígena aceptara compartir el tabaco de un mismo puro.

 

–Es increíble el sabor a naturaleza que tiene.

–Mi Nagüelo lo definía de un modo muy parecido... decía que los buenos puros tienen sabor a lluvia seca.

–Es... una de las más bellas y exactas metáforas que escuché en toda mi vida.

 

Dicho esto, Juan abrió la botella. Hizo una seña para que hubiera silencio y sirvió dos hermosas y grandes copas transparentes con la bebida más dorada que Lucio hubiese visto. Con un gesto de rotunda aprobación, miró el líquido a trasluz, sacudió la copa suavemente, la inclinó a cuarenta y cinco grados sobre una servilleta blanca para mirarla otra vez, la olió y, finalmente, la probó en tres sorbos espaciados y consecutivos mientras agitaba la lengua, reteniendo el último por largos segundos mientras hacía circular aire como si silbara para adentro. A juzgar por la expresión de éxtasis y por el gesto de invitación a que Lucio tomara su copa, todo estaba como debía estar. Manteniéndola frente a su cara, mostraba una profundidad totalmente calma e intensa que Lucio no le había conocido hasta ese instante.

 

–Esto es como reencontrarme con un viejo amigo. Y en esta noche de reencuentros, mi muy esperado Lucio, llegó el momento. Reservo nuestro primer brindis para que me cuentes ese método con el que elegiste el puro, todo eso que hiciste antes de encenderlo y, especialmente... qué significa para vos compartir un puro. Y como creo inferir quién está detrás de todo eso, estoy tratando de decirte... que dedico nuestro primer brindis en París a que me cuentes del Nagüelo.

 

Juan se puso de pie con ademanes ceremoniosos y extendió su  brazo en dirección a Lucio, quien sorprendido y emocionado lo acompañó en el gesto. Las copas chocaron con tal fuerza... que pareció que en el brindis había alguien más.

Lucio ya no pudo –ni quiso– contener su emoción cuando pensó cuánto disfrutaría el Nagüelo un momento como el que ahora estaba viviendo.

 

–El Nagüelo... Me pasa algo muy raro, siempre tengo la sensación de que no me acuerdo de nada de lo que él me dijo. Pero de pronto, cuando es necesario, todo está ahí, a mi disposición.

–Tendrías entonces que crearte muchas más situaciones donde te sea necesario recordar todo eso.

–Aunque al principio ni lo sospechaba... es lo que hice esta noche viniendo acá. Ni le cuento cómo me persiguieron los dos bandos todos estos días, usted lo sabrá mejor que yo. Pero cuando me vi frente a los puros no supe qué hacer y me di cuenta de que eso no era posible. En realidad, el problema no es que no sé, sino que no sé lo que sé.

–Aunque no lo creas, acabás de decir con toda precisión una de las definiciones lacanianas de uno de los problemas más graves del ser humano: la ignorancia. La ignorancia no es que alguien no sepa, sino que alguien no sepa lo que sabe. El método que utilizaste te permitió elegir el mejor puro, pero también disolver la ignorancia de no saber lo que sabías... ¿No es demasiado mérito como para que te lo calles?

–Es que no sé si puedo hablarlo.

–Hay un solo modo de averiguarlo.

–Ya sé, hablando. La verdad, cada día más quiero enterarme de qué es todo eso que sé. Empecé recordando una escena donde mi Nagüelo por primera vez me dio las riendas del Viento, un caballo bravo que sólo aceptaba que lo montara él. A la noche de ese día cuando finalmente yo había, pese a mi terror inicial, logrado conducir al Viento, finalmente ya había logrado conducir al Viento, el Nagüelo me llevó a su casa y me puso frente a una mesa cubierta de vinchas indígenas. Me dijo que cada una tenía una historia relacionada con una  oportunidad de nobleza y coraje. Que yo podía elegir una... y que junto con la vincha su historia entraría en mi vida.

 

Juan llenó las copas, que ya estaba casi vacías.

 

–Cuando estiré la mano hacia la de colores más llamativos me dijo que si cada vincha tenía su propia historia, entonces ellas también tenían el derecho de elegir: debíamos elegirnos mutuamente. Se quitó su vincha y la usó para vendarme los ojos. Entonces me explicó algo que yo le había visto hacer muchas veces, en las situaciones más diversas, pero que hasta ese momento nunca había entendido. Me dijo que pusiera en mi mente algo que quisiera alcanzar y que estirara mi mano izquierda en todas las direcciones posibles girando lentamente sobre mí mismo si era necesario. Con la mano sobre las vinchas en algún momento iba a sentir una de las cuatro sensaciones-señal y, cuando eso ocurriera, debía seguir esa dirección que, indefectiblemente, me conectaría con eso que había puesto en mi mente. Recuerdo que se negó a decirme cuáles eran las cuatro señales que podía sentir, para que “mi mente educada en colegios” no me hiciera creer luego que él me había sugestionado. Me tomó la mano izquierda y me dijo que me indicaría la posición exacta. Lo importante parecía ser que los dedos índice y medio se mantuvieran extendidos y relajados, con la palma hacia abajo y los demás dedos curvados con naturalidad hacia adentro. Comencé a pasar lenta y relajadamente mi mano sobre la mesa y en un momento sentí un cosquilleo en el centro de la palma. Le pregunté al Nagüelo si esa podía ser la señal. Me ordenó que me quedara quieto y, explicándome recién ahí que las cuatro señales como la energía  se anuncia son calor, frío, puntadas y cosquilleos, luego me destapó los ojos.

 

Ambos sonrieron al notar que Juan, sin advertirlo, seguía cada paso con su mano izquierda sobre la copa de Armagnac.

 

–Con una mirada tan triunfante como pocas veces más le vi, me dijo que todas las vinchas hubieran sido buenas... pero que fuera a preguntarle a mi padre sobre la que justo había elegido y que luego volviera con él. Fui corriendo.

Bastó notar la cara que puso mi padre cuando me vio entrar agitando la vincha para darme cuenta de que la historia que había detrás, era dura para él. Me preguntó qué era eso que tenía en la mano y le dije que, según el Nagüelo, él me lo explicaría. Se puso muy triste. Nunca lo vi llorar, pero ese día fue cuando estuvo más cerca. Me dijo que una vez –tendría la misma edad que yo en ese momento– el Nagüelo lo llevó a andar a caballo, le soltó las riendas y le dijo que las tomara... pero a mi padre le asaltó tal pánico... que se tiró del caballo...

Lo que ahora era una vincha limpia y resplandeciente había sido una venda con sangre: la que le pusieron en la cabeza por la herida que se había hecho.

 

Lucio hizo una pausa, pero Juan no habló.

 

–Como si fuera una confesión, me dijo que nunca más volvió a subirse a un caballo. Salí corriendo. De ningún modo estaba alegre, más bien me escapé espantado. Pero antes de llegar a hablar otra vez con el Nagüelo... volví sobre mis pasos y, como un rayo, fui otra vez hasta mi padre, que estaba mirando por la ventana, hacia la nada de la noche. Callado y sin siquiera mirarlo, lo tomé de la mano y lo llevé hacia fuera, al establo. Le pedí que se subiera a un caballo y que, por primera vez en nuestras vidas, cabalgáramos juntos. Le rogué, le grité, y hubiera seguido hasta la humillación si no fuera porque el Nagüelo vino a buscarme. Exactamente como yo lo había hecho un rato antes con mi padre, sin decir palabra, el Nagüelo  me tomó de la mano y me llevó afuera. Nos sentamos bajo las estrellas. Yo no podía parar de llorar. Escondía la cabeza entre las piernas, hasta que él...  suavemente me la levantó y... mirándome a los ojos me puso la vincha. Dijo algo que desde entonces supe era de gran importancia... pero que sólo ahora comienzo a comprender:

 

En cada paso que damos, todos cargamos sobre nuestros hombros un ataúd que adentro tiene el cadáver de las generaciones anteriores.

El viaje de nuestras vidas es para, por fin cuando todas nuestras fuerzas humanas se han agotado por cargar ese peso y nos sentimos exhaustos y desahuciados... conseguir entonces Fuerzas Divinas con las que enterrar eso que cargábamos.

Desde hoy, cada vez que montes al Viento, lo harás con la vincha puesta. Será el modo de recordarte a ti mismo... que ya has enterrado al muerto.

 

Después me abrazó y, tomándome por los hombros, me invitó a que nos pusiéramos de pie...

Teníamos que recibir al hombre en el que yo, desde ese día, me había transformado.